Sader Issa es un chico de 21 años de edad, que estudia tercer curso de odontología en Hama, Siria.
Su historia no solo es admirable por el esfuerzo que supone salir adelante y estudiar en un país devastado y sumido en el bloqueo económico como Siria. Lo más raro en la vida de Sader es que su padre tiene síndrome de Down y lo ha criado junto a su madre sin apoyos y con todo el cariño del mundo.
“Mi padre ha hecho lo posible por asegurarme una vida normal, como la de cualquier otro niño. Además, un chico criado en el regazo de una persona con síndrome de Down, como yo, tiene todo el amor y cariño que se le pueda dar. Él también ha sido mi más grande apoyo económico y psicológico durante mis estudios y por eso, estoy muy orgulloso y agradecido”, explica el muchacho.
El padre de Sader, Jad Issa, a sus 45 años de edad, ha conseguido llevar una vida normal en su ciudad. En Hama, una localidad cercana a Alepo, el señor Issa trabaja en una fábrica de trigo desde antes de que naciera su hijo. “Hizo todo lo posible para que yo tuviese todo lo que necesitase de pequeño, eso me ha empujado a dar todo lo mejor de mí. Estoy tan orgulloso de él, como él de mí”, comenta Sader.
El joven comenta que, “tener síndrome de Down en un país como Siria no es nada fácil”, ya que son múltiples las barreras que pueden encontrar las personas de este colectivo en todas las etapas de su vida. Esto se debe a la falta de investigación y al consecuente desconocimiento de esta alternación genética para la sociedad siria.
A pesar de ello, y de la imagen que tienen las personas con síndrome de Down en este país (vulnerables y dependientes), la personalidad del padre de Sader ha sido fundamental para conseguir el cariño y el respeto de quienes lo rodean. “Las relaciones sociales con él son fáciles y puras porque mi padre quiere y respeta a todo el mundo y por eso la gente le devuelve amor y respeto y le tratan como a una persona normal”, dice su hijo.
La familia Issa forma parte de una sociedad tradicional. La madre de Sader es ama de casa y ha formado junto a su marido, una familia en la que Sader ha crecido como cualquier otro joven de su edad. A pesar de las dificultades, «ellos me han enseñado lo que es el amor puro, la ambición y la dignidad«, señala el joven.
“Cuando mi padre me presenta a alguien dice: «Mi hijo es médico». Puedo ver el orgullo en sus ojos. Es como si dijera: “Tengo síndrome de Down, sin embargo, he criado a mi hijo y he hecho lo posible para que llegue a ser doctor”. “Estoy muy orgulloso de él”, confirma el joven.
“La historia de mis padres fue amor a primera vista cuando se conocieron. Su relación es como cualquier otra relación natural entre una pareja. Algunas veces, no están de acuerdo, sin embargo, tienen una vida llena de amor, sencillez y humanidad en todos los aspectos. Para la mayoría de las personas, que una mujer se quede embarazada de un hombre con síndrome de Down es el peor escenario posible”, añade el joven.
Para terminar, Sader explica que el hecho de tener en casa a una persona con síndrome de Down otorga a quien le rodea equilibro emocional y social. “Si pudiera elegir cómo es mi padre, no pensaría en nadie mejor que él”, añade.
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