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Mujer Aborta Con Una Sonda Y Casi Pierde La Vida, Se Estaba Desangrando


Kena, que era empleada doméstica cuando quedó embarazada por séptima vez, no iba a permitir que le dijeran que el aborto era un tema de clase media.

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A ella, que había estado al filo de la muerte por interrumpir un embarazo con una sonda, nadie iba a decirle que las pobres no abortan. A los 22 años de edad ella ya tenía tres niños. El primero fue un embarazo deseado. Los otros dos, no.

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“Mi esposo salía y nos dejaba encerrados con cadenas y candados. Sólo cuando venía teníamos permitido un rato de recreación en la puerta como los presos. No me permitía trabajar, y la verdad es que lo necesitaba, porque además de todo, nos moríamos de hambre.

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“Me escapé, pero nos encontró rápido porque yo no tenía adónde ir. ¿A dónde iba a ir con tres niños? La pobreza tiene esas cosas: para que los chicos no terminaran en la calle, regresamos. Y así como volví, con la misma violencia de siempre, quedé embarazada por cuarta vez”.

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La madre de Kena se llevó a los dos varones. Ella fue a parar al hall de la estación Constitución con las dos niñas: la más grande tenía 9 años, la más pequeña, uno. Luego de un tiempo, alguien les ofreció una habitación. “Había un colchón de una plaza y una estufa de cuarzo, nada má”.

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Con el tiempo, volvió a formar pareja con otro hombre que trabajaba como estibador en el puerto. Con él tuvo otras dos niñas. “Ambos teníamos trabajo pero seguíamos siendo pobres. Con los dos sueldos sólo podíamos satisfacer las necesidades básicas de los seis niños”, sigue Kena. Cuando quedó embarazada por séptima vez, “la situación empeoró”.

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Ahí decidió abortar y una mujer le introdujo una sonda en la vagina y le dijo que por la noche iba a expulsar todo, incluida la sonda. Kena sangró por la noche y se tranquilizó, pensó que todo había salido bien. Estaba muy equivocada. “Un mes más tarde empecé a sangrar de nuevo. Cuando me desperté, me desplomé. Me levantaron y volví a caer desmayada”.

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“Me llevaron a urgencias. En ese momento, vi a un médico que se estaba yendo. Lo llamé con la mano porque casi no me salía la voz. Se acercó y de una forma amorosa me dijo: ‘¿Qué ocurre?’. Le contesté: ‘Doctor, me estoy muriendo'”. El médico la destapó, vio la hemorragia, tiró la campera y empezó a gritar: ¡Un quirófano!”.

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Mario Sebastiani, doctor en Medicina, obstetra del Hospital Italiano dice en su libro: “Quienes tienen dinero e información se hacen el aborto con pastillas en sus hogares. Quienes prefieren que las duerman, les hagan un raspado e irse, se hacen un aborto quirúrgico y pagan entre 30.000 y 60.000 pesos”, comentó.

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Kena recién había salido del quirófano cuando se acercó una doctora: “Me dijo: ‘Hija de puta, eres una asesina'”. Kena juró que no sabía que estaba embarazada. “Luego se fue, yo me quedé acostada y empecé a llorar. Lloraba en silencio, no podía parar. Lloré por todos esos años de pobreza. Pensaba ‘por ser pobre casi me muero’, porque con dinero no me hubiese hecho un aborto tan peligroso”.

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Fue en ese llanto, mientras su esposo trataba de calmarla, que le avisó: te van a ir a interrogar. Así fue. “Estuve una semana internada y regresé a mi vida, pero esa tristeza me repercutió por años. No por haber abortado, al contrario, ¿qué vida iba a darle a otra criatura si no iba a poder darle de comer? La tristeza era porque yo miraba a mis hijos y pensaba: ‘Casi los dejo solos”.

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