“La Doncella”, como fue bautizada, es la momia inca mejor preservada de la que se tiene conocimiento.
Actualmente, su cuerpo reposa en el Museo de Arqueología de Alta Montaña, Argentina, donde ha estremecido al público desde que fue expuesta, en el 2007. Los visitantes del museo se quedan boquiabiertos cuando notan los vellos de los brazos de la chica, su piel perfectamente conservada e incluso los piojos que residían en su cabeza el día que falleció.
La adolescente, de quien después se supo que murió a los 15 años, fue encontrada junto a otros dos niños en la cima nublada de un volcán en el año 1999. El descubrimiento fue hecho por un equipo de arqueólogos que batalló durante 3 días para sobrevivir a las tormentas de nieve y a los fuertes vientos que azotan el área.
Después de excavar casi dos metros, los arqueólogos dieron con la tumba inca. Una vez allí, uno de ellos se introdujo de cabeza, mientras el resto del equipo lo sujetaba por los tobillos, y extrajo los cuerpos de los tres menores. En la tumba encontraron una extraordinaria colección de elaboradas piezas de oro, plata y conchas marinas.
Lo que más impresionó a los científicos fue el estado de conservación de los cuerpos. A diferencias de las momias egipcias, estos no fueron embalsamados, sino que se mantuvieron intactos por las extremas condiciones ambientales de la zona.
El cuerpo de la menor más pequeña lo encontraron ligeramente dañado debido a que había sido impactado por un rayo, pero una tomografía demostró que los órganos internos estaban en perfectas condiciones, incluido el cerebro. Uno de ellos todavía tenía sangre en su corazón. Cuando los vasos sanguíneos se descongelaron, la sangre se tornó carmesí, tal como si se tratara de personas vivas.
Según la arqueóloga estadounidense y miembro del equipo de expedición, Johan Reinhard, estos niños no fueron sacrificados para alimentar o apaciguar a los dioses, sino para garantizarles “la entrada en el reino de los dioses y vivir con ellos en el paraíso”.
Este rito era considerado un gran honor para los sacrificados. Los incas creían que, subiendo a los topes nevados de las montañas más altas, podrían acercarse a los cielos y así comunicarse mejor con sus dioses. Por esta razón se considera que el viaje de los 3 niños fue muy largo y dificultoso: debió haber empezado a 800 km desde el Cuzco, Perú, de donde eran originarios.
Al sacrificio de niños se le llamaba Capacocha y su preparación podía comenzar años antes de que se matara al niño seleccionado.
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