Se llamaba Paula y le gustaba jugar a la pelota en la calle.
Fue una vecina, cuando ya estaba por terminar la primaria, quien le arrojó el primer golpe de realidad: “¿Qué haces sin camisa? ¿No te das cuenta de que te están creciendo los senos?”. Pasó años con el pecho comprimido con fajas y sin entender lo que ocurría. “Y cuando había logrado cerrar en mi cabeza la idea de que era un varón trans, quedé embarazado”.
Hablamos de Santiago Merlo de 42 años de edad, el primer profesor trans de la provincia de Córdoba. “Veo las fotos de mi infancia y reconozco a un niño que fluye con naturalidad. Me veo feliz”, dice él, licenciado en Comunicación Social, quien integra la Red Nacional de Docentes Trans y da clases en un colegio de educación secundaria.
“En el jardín me formaba en la fila de niños, iba al baño de chicos. Me acuerdo que para un acto del 25 de Mayo me hicieron disfrazar de dama antigua. Me enfadé, me sentía asfixiado con ese vestido, todos sacaban fotos”. Sin embargo, su madre era maestra rural y en su casa había bolsas con disfraces: “Cuando volví a casa, me vestí de caballero de la Revolución, me pinté una barba con corcho y le pedí a mi padre que me sacara otra foto”.
Con los años, el cuerpo comenzó a cambiar y lo fue empujando al abismo: “Mis pechos me daban vergüenza.
Mi pensamiento no era: ‘Soy una mujer, obviamente tengo senos’.Mi lógica era: ‘¿Cómo un chico va a tener pecho?’.
Instintivamente, empezó a fajarse hasta el ahogo: lo hizo por tanto tiempo y con tanta rabia que se generó una fisura en el esternón. El nombre con el que ahora llama a las fajas resucita aquella sensación de muerte: le dice “las mortajas”.“Llegó ese momento en que tienes la presión de definir todo: cómo te vistes, si debutaste o no, tu sexualidad. Yo vivía como una lesbiana muy masculina, pero no me sentía una lesbiana”.
“Sentía que no pertenecía a ningún sitio”. Ese sentimiento lo llevó a sentarse en una plaza, de noche, con un arma en la mano. Tenía 19 años de edad, cuando conoció a un activista que le dio esa respuesta: “Lo que a ti te pasa es que eres un varón trans”.
La siguiente etapa fue comprobar si le gustaban las mujeres o los hombres. “En el medio de todas estas complejidades y los pensamientos que tenía en la cabeza, quedé embarazado. Tenía 22 años de edad”. Estaba comenzando a metabolizar esto de separar el cuerpo biológico del género con el que se percibía cuando el embarazo le escupió las teorías en el rostro.
“Era lo peor que me podía ocurrir. Pensé: ‘¿Puedo seguir con esto?’, ‘¿y si sigo y lo doy en adopción?’ Hasta que comprendí que yo no iba a sobrevivir a un embarazo, que no iba a soportar esos cambios en mi cuerpo: una gestación, un parto. Había vuelto a aparecer lo biológico, era reafirmar que yo no era el varón que sentía que era”, dijo.
“Para mí era una situación extrema: era abortar o quitarme la vida, no había otra opción.
Morirme era también una manera de negar esa feminidad que volvía a aparecer”. No es que no quisiera tener hijos: “Yo quería ser padre, no madre.La diferencia era gestar o no gestar, parir o no parir.
Si yo era un varón, ¿cómo iba a parir? Si yo jugaba al papá cuando era niño, para mí, tener un hijo no pasaba por embarazarse sino por acompañar a otra persona a que pudiera gestar”.Viajé a Buenos Aires en secreto: alguien le había pasado el dato de “un sucucho” en José C. Paz. No sabía si iba a regresar, pero lo iba a interrumpir como fuera: corriendo el riesgo de morirme en ese lugar clandestino o poniendo fin a mi vida”.
Fue un aborto quirúrgico, con anestesia general, sin haberle hecho antes un sólo estudio a ver si podía soportarla. “Tuve suerte de que no pasó nada porque tardé años en hacerme un control. No por el aborto en sí mismo sino porque no podía enfrentarme otra vez a mi cuerpo”.
Dos años después del aborto, se graduó de Licenciado en Comunicación Social y trabajó en medios como “la conductora” hasta que decidió irse y volver sólo cuando fuera capaz de hacerlo como Santiago.
En el 2015, cuando la ley de identidad de género se lo permitió, cambió su nombre en el DNI y todavía hoy, a sus 42 años de edad, lucha para que una obra social provincial le cubra las cirugías de masculinización del tórax (quitar las mamas, entre otras cosas) y del abdomen.
Todavía le cuesta creer cuando escucha que quienes están a favor del aborto legal no están a favor de la vida: “Yo sí estoy a favor de la vida. A favor de mi propia vida”, finalizó.
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